Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Cuento corto

Realidad Virtual.

Iniciar conexión.      Wenda se coloca los brazaletes en las muñecas mientras el visor muestra la animación de inicio. El iris de Wenda intenta adaptarse a la hiperestimulación de las luces. Toma 32 segundos sincronizar el sistema neuronal al procesador del VRC. Se reproduce un sonido notificando que la conexión ha sido exitosa. Wenda está en un pasillo con alfombra gris. Hay varias puertas a los costados. Camina directamente hacia la última del lado izquierdo, intenta abrirla y pero la perilla no gira. La proyección de un candado cerrado y una voz que dice. Acceso no autorizado, favor de introducir llave.     Wenda maldice y se gira para caminar a una puerta anterior. Entra en ella, en esta ocasión la puerta si abre. Está en un hospital ahora. Wenda hace algunos movimientos con las manos y una serie de numeros aparecen como un holograma. Seleciona un par y de un circulo de luz color verde neón que parece una ventana se abre una compuerta, dentro de ella se alcanzan a ver arma

Destino

-¡Carolina! ¿Qué demonios estás esperando para bajar? ¡Tenemos que estar en veinte minutos en el aeropuerto o perderemos el vuelo! –Gritó Daniela.    Carolina se miró a los ojos en el espejo aún empañado del baño. Un suspiro de hastío y de resignación salió de golpe. Toma el tubo de rimel y colorea sus pestañas superiores. Un detalle casi imperceptible para ella, pero no podía salir de su casa sin él. Una última mirada, cabello desordenado, bien, Ojos, siguen ahí. Boca, seca y pálida, perfecto.    Sale a toda prisa. Daniela, su mejor amiga, y Giovani, su novio ya la esperaban en el taxi. La puerta está abierta de par en par para no dejarle otra opción que entrar.  –¡No lo puedo creer! ¿Cómo puedes tardarte tanto en arreglarte y salir así? – Dice finalmente Giovani, en tono despectivo. El taxista arranca en cuanto la puerta se cierra. –Tenía que prepararme mentalmente para lidiar con idiotas, no era mi intención seducirles–, Contesta Carolina, malhumorada.    Daniel

La Puerta se Abre

Por Karla Gunz Son las dos con seis minutos, eso marca el reloj en la pantalla de Julia. Ella es una mujer exitosa, a sus treinta y uno es dueña de una empresa de marketing digital y publicidad, la inició junto con un par de colegas, pero con el tiempo y varias disputas de por medio quedó solo ella. Julia tomó un sorbo de su café negro, ya tibio, amargo. Sostuvo la taza por un rato, como si esperara a que se enfriase, finalmente la dejó sobre el plato de porcelana y siguió escribiendo. Una idea nada brillante, pero así es como le suceden las mejores, comienza escribiendo tonterías y después de llenarse las venas de cafeína e insomnio, la creatividad fluye. Una campaña para mejorar la imagen de una empresa que sufrió un escándalo por sus niveles de azúcar en sus alimentos. Normalmente Julia pide a sus becarios que generen lluvia de ideas, y entonces comienza el trabajo, pero los chicos estaban de vacaciones en la universidad y el proyecto tenía que presentarse en una semana.

Sentimientos encontrados

    Fabricio se encontraba escribiendo en la mesita de la esquina de su café favorito. Algo en el ambiente de ese lugar lo hacía sentir mas relajado, el ruido de las conversaciones ajenas, a las que ocasionalmente entraba, el caminar de las meseras con sus trajes típicos mexicanos. El café no era particularmente bueno, pero el servicio incluía líquido infinito, perfecto para amantes de la cafeína y los versos.     Era una tarde un tanto fría. Las nubes creaban un filtro grisáceo. El color de la naturaleza resaltaba en sus distintas tonalidades verdosas. Algunas gotas inofensivas refrescaban a los transeúntes que se negaban a admitir la humedad de la lluvia, así que resistían a paso firme ahí, mojándose de a poco. Fabricio traía sus audífonos puestos. Un playlist especial para la novela que estaba escribiendo. Algo lo hacía pensar que si mantenía el mismo artista durante todo el proceso, la obra mantendría un matiz más uniforme, más coherente. Los dedos golpeteaban el teclado de

La cita de las 5 y media

–Doctor, necesito ayuda– Dijo Martha. –Para eso estas aquí, dime qué es lo que pasa. – Dijo el doctor, mientras se acomodaba sus gafas enormes con montura dorada. –Doctor, temo que mi hijo se ha vuelto loco, o algo peor. Hoy en la mañana lo encontré hablando solo.–  La mirada de Martha estaba clavada en sus manos, que se movían inquietas. El doctor no pudo evitar hacer una expresión de incredulidad. Soltó una pequeña risa y contestó. –Martha, tu hijo es muy pequeño aún, es normal que tenga amigos imaginarios. A muchos chicos les ayuda a sentirse escuchados. No es nada de que preocuparse, quizá solo necesita un poco más de atención, es todo. –Doctor, usted no entiende. Mi niño habla de cosas que no tiene forma de saber. Sostiene una conversación como si fuera un adulto. Y cuando le pregunto con quién habla, parece no darse cuenta de que estaba hablando con nadie, me responde que sólo está jugando con sus carritos. Estoy asustada doctor, lo hablé con mi hermana y me

La Visita Nocturna

    Manolo navegaba entre las calles de su ciudad. Con Foo Fighters en sus audífonos, el peso de los pedales de su bicicleta era más ligero. El viento, aún frío por el invierno que se resistía a marcharse, le congelaba las orejas. Manolo se subió el gorro de la sudadera gris. Un par de baches en el camino amenazaron con tirarlo, conductores ebrios, uno que otro peatón, personas despidiéndose fuera de sus casas, mujeres ofreciendo servicios sexuales, gatos en busca de compañía corriendo debajo de los coches. Una noche completamente normal en una ciudad, el fin de semana se escuchaba en los bares, gritos y música alta en los autos que pasan a toda velocidad.    Dos cuadras y gira a la derecha, media cuadra y ahí está. Portón de rejas negro, jardinera iluminada con focos, palmeras y la banqueta un poco rota. Manolo intentó no hacer mucho ruido, había luz dentro de la casa, estacionó la bici detrás de un árbol grande en la acera de enfrente. Se sentó en la banqueta y sacó su celular p

Llévame Contigo

    La pasta de dientes estaba regada por todo el lavabo. No había nada que molestara más a Lucía que la pasta de dientes sobre la cerámica de su baño, un baño compartido por cierto, con una chica foránea, simpática, pero muy descuidada. Lucía tomó el vaso junto al neceser, lo llenó con agua del grifo y dio un trago. Quizá era mucho pedir, pensó Lucía. Tomó una toalla y la pasó por toda la superficie hasta dejarla impecable. Ya en eso, algunas partículas de polvo ensuciaban el espejo, lo talló una y otra vez hasta dejar únicamente su reflejo. Era un día particularmente malo para su cabello, intentó arreglarlo, lo sujetó con una fajilla, eso la hizo ver por lo menos diez años menor, la idea no le desagradaba, pero al final terminó soltándolo nuevamente.     Su reflejo se movió ligeramente a la derecha. Lucía abrió los ojos para asegurarse de que no fuera un reflejo de la ventana, como el que generan los autos al rebotar la luz del sol. Era normal que una persona sintiera movimientos,