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Mostrando entradas de enero, 2013

El mismo árbol

Todos los días durante diez años de mi vida caminé desde mi apartamento en el edificio D piso 2, hacia mi auto, un Jetta 95. Pero ahí no empieza la historia. Mi despertador suena a las 7:14. Tengo exactamente 60 segundos para levantarme de la cama, colocar mis pies desnudos, después de misteriosamente perder los calcetines en la inmensidad de una King Size y colocarme los lentes.  Una vez en marcha las cosas se hacen más fáciles. El baño, la cocina, el pasillo, el elevador, el jardín y el auto. Una vez tuve que patear un gato para poder llegar a tiempo, el minino se colocó debajo de la puerta del conductor, y por más que di gritos y pataletas, decidió arruinarme el día y si.. tuve que patearlo. No me siento particularmente orgulloso de ello, pero uno a veces tiene que defender sus derechos.  Ese gato se me vino a la mente el día de hoy cuando volvía del trabajo. Hago hamburguesas. Mi auto se detuvo 7 de las 9 veces habituales, 10 segundos en uno, un minuto en otro, cada semáfo

El arte de no equivocarse

Ser no importa si no se esta, estar no importa si no se demuestra, demostrar no importa si no se siente, sentir no importa si no se es.

De sentimientos rocosos

A veces uno se siente rocoso, con grietas y textura, muy frío y rígido. Es que a veces.. Uno olvida, uno piensa demasiado y uno deja de sentir. A veces uno se pregunta, qué seria de mi si hubiera sido cantante, bailarín, o pintor tal vez. La pregunta solo antecede a la nostalgia, a olor rancio a sueño olvidado y perdido. La rutina no duele, no perfora órganos, ni lleva a la muerte. Pero pesa diez vidas en los hombros y acumula polvo en la piel, en los ojos, en los oídos. Hasta que llega el día en que no se ven los colores del atardecer, o el cálido sonido de una buena canción. Y lo único que escuchamos es el color del asfalto, la prisa de verlo siempre detrás, pues el tiempo ya no alcanza. A veces pasa la vida y uno no se da cuenta. Uno hace mapas de lo que debería estar sucediendo, pero sin importar con quién, con qué y cómo, nunca es suficiente. Cada vez hace más frío, el olvido y la distancia del dispositivo luminoso. Cada vez hay menos humanos y más rocas.

Melancolía

No le escribas si te lastima. Si duele hasta el fondo, no lo hagas, no te rompas en palabras. Refúgiate en ellas, deja que te acompañen hasta que concilies el sueño. Acurrúcate, toma un té dulce y tibio y ve a la cama. Basta mujer, sácalo de tu mente, no te permitas llorar, ya no, ya fue suficiente. Y no escribas más nena, no lo vale. Cierra la pantalla y déjate llevar por la melancolía, pero lejos. Olvídalo, y deja que te olvide. Sonríe cuando creas que haces algo que le recuerde cuánto te extraña. Ponte linda, dedícate a ti, róbale tiempo al mundo y dedícalo sólo a ti. Agota la batería de tu paciencia y desconéctate de todo recuerdo.

El vuelo de la paciencia

Ayer atrapé un mosquito. Igual que el día anterior, y el día anterior a ese. Como a muchas personas, el zumbido me resulta insoportable, y la picazón es de las peores torturas, inocente e insignificante, pero te atormenta la vida mientras rascas enérgicamente esperando que el veneno desaparezca para convertirse en dolor por incrustar las uñas en forma de cruz. Es absurdo, y ni siquiera creo que funcione, pero todo el mundo termina colocando una cruz sobre aquella roncha. En fin, lo que quiero decir es que muchas veces sostuve el puño cerrado ante mi, con la incógnita de encontrar o no el insecto entre mis dedos. A veces creí haberlo matado, pero todas las veces al abrir mi mano, encontraba al mosquito, que se quedaba un instante, como si no creyera seguir con vida, y emprendía el vuelo a donde sea que vaya un mosco después de encontrarse con vida, tras enfrentar lo que sin duda será la experiencia de su vida. Hoy simplemente contemplé el vuelo, escuché las alas vibrar justo en mi